No me gustaba hacer ejercicios. Intenté ir al gimnasio pero en mi absoluta
ignorancia sobre el entrenamiento personal de entonces, llegué y me sentí
absolutamente perdida. ¿Qué hago y por dónde empiezo? No tenía idea.
Intenté las clases grupales pues supuse que tener un entrenador dictando la
clase debería ayudarme. ¡No me gustó! Yo necesitaba aprender a moverme e ir
a mi ritmo. Llegaba estresada del trabajo y sentía que salía atropellada por 150
abdominales y con dolor en el cuello. El dolor al día siguiente no me ayudaba y
esa filosofía de no pain no gain nunca ha tenido mucho sentido para mi. Demás
está decir que dejé de ir al gimnasio, pero seguía buscando algo que hacer para
crear el hábito de ejercitarme y mantenerme saludable. El calendario no perdona
y la verdad es que we’re not getting any younger.
Sumado a mi falta total de condiciones físicas y a mi absoluta ignorancia en
temas de gimnasio, debo reconocer que mi extrema curiosidad tampoco me
motivó a empezar. Soy muy curiosa; quiero saberlo y entenderlo todo. ¿Por
qué estamos haciendo este ejercicio? ¿Cómo me ayuda? ¿Qué músculos estoy
trabajando? ¿Por qué tenemos que hacer tantas repeticiones? Why work hard?
Isn’t it a million times better to work smart? En fin, todo eso me preguntaba yo.
Del gimnasio, pasé a intentar hacer yoga. Fui a una clase grupal y me gustó,
pero la verdad es que sentí que no era lo que yo realmente necesitaba en
ese momento. Primero era importante aprender los movimientos, que me
corrigieran y me indicaran la manera adecuada de practicar antes de poder
participar en una clase en grupo.
Un día, en el Teatro Guild de Ancón, ojeando el programa de la obra que había ido
a ver, me tropecé con el anuncio de un estudio de Pilates. Yo no tenía idea de qué
se trataba, pero llamé y me animé a probarlo. Hace ya más de dos años de eso y
desde entonces he hecho Pilates dos o tres veces por semana, sin mirar atrás.